Maldición enmascarada


Y así creyó que ya no era hermosa... Se sentía como un recorte de revista, pegado al revés, manchado y sin uso. Se sintió maldita, cansada, con ganas de dejarse ir. Se vio la cara y no se reconoció, su pelo era ahora una peluca, su voluntad la habían cortado y su cuerpo sabía a químicos.
Desconocía por completo a quien veía, se tocaba y no se sentía, se miraba, respiraba y dolía. Se paraba, se cogía una mano con la otra, los ojos turbios, estáticos por momentos, por otros, en la estratosfera... Y me miraba y yo sí la veía. La sentaba, la acariciaba y la alentaba. Le leía, le reía y ella descansaba.
Ella ya no quería pararse, ni verse, ni olerse. Ella ya no quería.
La maldición se había hecho verbo en su piel, había mostrado lo oscuro... se había entregado a la maldición sin proponérselo... Dejó de sonreir, de reir, de vivir Dejó de ser, de ver, de disfrutar.
Dejó de ser.
De vez en cuando algo de ella aparece... en todos.
Fragmentos sincrónicos de vida se nos cuelan en la risa de la vida y le damos un soplo de ella misma... Y se refresca y algo en ella sonrie... Y da un destello de vida, y por un momento la maldición se resguarda, se esconde y se pone una máscara.
La deja vivir, la deja ser...

NATALIA RIVEROS ANZOLA

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