Los últimos tiempos de mi abuela Ofelia [Carta al presente y al futuro]

[Diciembre, 2022]

Mi abuela tiene 95 años. Y su corazón ha decidido mostrarnos que se ha cansado. Parió 8 hijos, amó a un hombre alto, comelón y montador que la amó de vuelta hasta sus últimos días. Enviudó después de sus bodas de plata y vio como su cuarta hija se moría después de dos años de cáncer. Vio nacer a más de una docena de nietos y 11 bisnietos.

"No quiero morir ahogada".

Al parecer su corazón está teniendo problemas para generar el suficiente oxígeno, y varias noches tuvo una sensación de ahogo. Sus pulmones no lograban llenarse lo suficiente de aire y las noches parecían las últimas.

Un batallón de nietos, hijos, sobrinos. Eso somos. Hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance para que esté tranquila. Tres modalidades de oxígeno a su disposición. Una bala, un carrito que hemos apodado Toño (siempre trato de que se ría de las cosas más tontas), y uno portátil, que nos permite bajarla a almorzar y con el que se baña.

La casa de mi abuela fue mi casa durante 30 años. Mi mamá se fue solo unos meses cuando se casó, pero regresó a vivir a un apartamento en el mismo lote de la casa de mi abuela. Tuve dos casas, y dos mamás. Viví con mi abuela como roommates por 12 años. Apenas salí del colegio me subí (quizá fue mi primer acto de independencia). Hubo muchas lágrimas cuando me fui a Inglaterra y muchas más cuando finalmente me fui a mi propio lugar.

Mi abuela lleva meses despidiéndose. Va regalando cositas. "Nena, llévate esto para tu casa. Coge tal cosa pa que lo tengas. De una vez coge esto para que no se olvide. Mira la ropa de tierra caliente y llévate varias cosas". Y yo le agradezco con los ojos aguados sin que se dé cuenta de que las dos sabemos que hay cosas que de ahora en adelante serán las últimas de su vida, y las últimas de mi vida con ella.

Yo la dejo expresarse. Eso creamos las dos. Entre las dos nos podemos expresar y no le voy a decir que no se va a morir, porque las dos lo sabemos.

Pasamos mucho tiempo de la pandemia juntas. Se me ocurrió grabarla en video, en audio. Creo que en mi enorme sensación de que serían los últimos años. Descarté la idea de los videos. Quiero honrar lo que hace muchos años hago con mi abuela: preguntarle y que me cuente. Que me cuente su vida, cómo era la vida en Santa Rosa de Osos, y por qué terminaron en Ocaña. Cómo se vinieron por el Magdalena hasta llegar a la Dorada y luego a Bogotá con su hermana Mary. De cómo conoció a mi abuelo y cuántos pretendientes tuvo (le he contado al menos una docena). De su mamá, mi bisabuela con ascendencia alemana y de su papá, mi bisabuelo médico formado en Europa. Esto sólo lo menciono porque siempre me ha maravillado cómo tanta gente hace parte de nuestra historia y jamás nos conocieron (y jamás los conocimos).

Le pregunto en vida porque cuando ella se vaya, no habrá registro de su voz ni de su risa. Será mi voz y la de otros la que la traerá de vuelta.
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[Llegó el 2023]

Son 17 los escalones que baja. 17 los escalones que sube. 34 escalones que la agotan. La acompaño detrás con el oxígeno portátil. A veces una, o dos paradas antes del final en la subida. Se siente el Everest. O alguna montaña enorme e inacabable hasta la cima.

Ha perdido su independencia. Y eso fue mi abuela siempre. Independiente. La reina de curucutiar como le decimos en mi familia al acto de estar haciendo miles de cositas a la vez y no parar. Brillar las mesas o los pomos de las puertas, limpiar el polvo que se acumula en las persianas blancas, cambiar cosas de un closet a otro, revisar en su libreta quién cumple, llamar, colgar. Volver a empezar.

Hoy mi abuela, de 95 años, tiene recreos de máximo 15 minutos sin oxígeno.

Anoche la acompañé a dormir. El sonido del carrito del oxígeno se vuelve ruido blanco y nos permite dormir. Luego llega la tos, y llega a unos pulmones y un corazón cansado. Y ella se sienta en el filo de la cama para descansar. Las 3, las 4, las 5 de la mañana. La acompaño y le sobo la espalda. Ella sufre de pena de verse en mis ojos. Yo la abrazo y la siento tan pequeña. Tan encogida. Fuerte todavía, pero tan pequeña ahora.

Y ella en otra vida me debió consolar así... Ella en muchas vidas me consoló así.

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La vejez es una etapa tan honesta.

Los dientes de mi abuela (las prótesis que utiliza hace años) en un vaso en su baño. Los pañales por la noche porque se vuelve riesgoso que se pare al baño. Sus pasos diminutos, llenos de miedo.

Mi abuela, hasta hoy, puede recoger un papel que se haya caído al piso con soltura. Sin embargo, ahora la acompaña una manguera larga larga larga que la ayuda a que su corazón trabaje, dándole oxígeno y algo de la fortaleza que ha perdido e irá perdiendo.

La vejez es una etapa demasiado honesta. Es vulnerable hasta los huesos. Es dependiente. Es condescendiente. Hace caso y es testaruda. Es ver el final de una vida que ha dado tanta vida.

Y no sé cómo va a sonar esta casa sin ella. 4 cuartos, dos salas, una cocina, un comedor. Un patio lleno de rosas y una terraza. No sonará de nuevo la emisora del minuto de Dios ni en la televisión, su misa diaria. No sonarán sus pasitos chiquitos por el piso de madera. Las puertas que ella abre de closets y cuartos y cajones, que jamás cierran sin algo de fuerza.

Su rutina fue también la mía, la de mi hermana y la de mis papás. Sobre todo la mía y la de mi hermana, porque la acompañamos varios años después de que nos fuimos del apartamento donde mis papás viven (el apartamento y la casa están separados por el patio lleno de rosas). Yo crecí en dos hogares en una misma casa.

Y hoy vuelvo, después de 4 años de haberme ido, y la acompaño por las noches. Con la confianza y la intimidad de abuela y nieta que compartieron 30 años juntas. Y su vejez consiste en pasarle cosas, en recoger lo que se caiga, en tener cargado el oxígeno portátil para que pueda bajar a almorzar y subir de nuevo a su rutina de la tarde, que tenga los pies y piernas con su cobijita café para que la tarde no sea tan fría. Mi mamá la acompaña a bañar y a vestir. Antes de eso escogemos su ropa y la esperamos para ponerle sus aretes. Esta es mi tribu de mujeres. En estas tres mujeres conocí yo la solidaridad, el amor, y la franqueza. Esta es mi tribu y ella se va a ir. Ya se había ido Ofe, el otro miembro de esta tribu.

La tribu se convertirá en lo primario: mamá y sus dos hijas. Y por el amor a mi abuela, tías y primas y primos permanecerán cerca. Lo sé. Ese es su legado.

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Como le dije hace unos días a Felipe... Es como si nos estuviéramos preparando para la muerte de una Reina.

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La última edad

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Me hizo los remiendos de medias, pantalones y camisas. Me puso botones. Y aunque sus manos y sus ojos ya no fueran expertos, le seguía dando la ropa para remendar porque ella se sentía útil. Y mi tarea, sin darme cuenta, era que ella jamás sintiera que se estaba quedando sin hacer nada... Mucho menos estorbo.

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Regalar carteras. Una de piel de culebra.
"ya debo empezar a regalar mis cosas". Y me da varias a mí, porque mi abuela me ha compartido su ropa desde que empecé a trabajar. La ropa elegante era de ella. Yo quizá solo la imitaba.

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Se sienta cerquita de la chimenea. Es domingo, 16 de abril de 2023. Parece una niña pequeña al lado de una mesa llena de libros grandes y pesados. Las tareas más simples empiezan a complicarse. La vi como una niña. Es como si la vida volviera a comenzar justo en su ocaso.

[Abril, 2023)

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