Para ti, o para mí. Sobre todo para ti.

Hay pruebas de que hemos vivido. Los libros que has comprado, las palabras que has subrayado, la ausencia en la cama.
Ausencias.
                 Sí.
Te escribo a ti y con eso me escribo a mí. Y me voy a permitir ser vulnerable.
        Coraje que suena a tambores.
Te prometieron un siempre, una hora de llegada a casa, un camino. Eso hicieron.
Y lo hicieron bien. Quizás también querían el siempre, el desayuno a punta de besos, los pies fríos, el agua que los cubriera a los dos, un camino... Pero no el mismo.
Quién sabe?
Importa?
Dónde estás hoy? Allá, acá, dónde?

Por qué no volver a darle cuerda al corazón? Por qué no entender que en el acto más corajudo también va a haber dolor? Y qué si lo hay?
Hoy yo veo más donde tú ves menos.
Veo tanto. Veo cicatrices fuertes, veo libros que aún deben ser leídos y rayados y tirados en el piso a punta de besos.

Veo manos calientes y muchas historias. Las tuyas, las mías y las de todas las ausencias. Cúmulo de ausencias, quizá eso somos. Pero también somos cúmulo de valentía y de un corazón que se sale por todas partes cuando bailamos, fumamos y hablamos de todo lo que no le contrarías a un extraño.
Pero... Te has dado cuenta lo maravilloso que es un extraño? Te enseña a volverle a hablar a partes tuyas que no tocabas porque dolía.

(y es que nos va a doler).
Y qué?

Aprender de qué lado de la cama duermes. Qué te da pereza. Qué sientes los domingos a las 5 de la tarde. Si lees un libro a la vez o varios al tiempo. Si bailas solo. Si los besos aquí o allá te despiertan, te mueven. Comerte a palabras, historias, besos y piel.

Buenos días.

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