Columna
abril 8 2010



Cuando el corazón no está preparado para hablar de la muerte con humor, simplemente se abstiene y de él sale lo necesario para tratar de comprender algo que realmente se nos fue de las manos. No vengo a hablar de relaciones fallidas, ni de infortunios amorosos.

Son realmente frustrantes las últimas imágenes. La última mía todavía, después de casi 8 meses, pesa. Cerrarle los ojos y pedirle que descansara. Los sonidos de desfallecimiento, mis primos en el cuarto esperando el momento que nadie quería esperar.

Ella dijo que Dios la había abandonado y que no sabía por qué la noche la atacaba. Repetía, días antes, que le daba mucho miedo irse, que no sabía cómo iba a ser todo. Se despidió de sus tres hijos antes de que los ojos se le pusieran vidriosos y las palabras dejaran de salirle de la boca. Me despedí de ella, después de tanto pensarlo y saber que sería lo mejor.

Ella me llevaba casi todos los sábados, junto con Daniela, mi hermana, a que pasáramos la noche en su casa y nos despertaba con un desayuno delicioso. Mis primos se convirtieron en mis hermanos, Ofe y mi mamá, a parte de hermanas, se convirtieron en mejores amigas y con eso crecí.

En lo que no estaba mi mamá, siempre estaba mi tía. Resulta realmente difícil en este momento acordarme de ella sin esa última imagen. Pensamos que el cáncer no iba a ser tan cruel con su cuerpo, pero la dejó calva, sin fuerzas e inflamada. Tomaba todo en lo que ella depositaba esperanza, aguas, medicamentos, y mi abuela le ungía el aceite del Señor de los milagros, consagradamente todas las noches.

Creo que desde ahí, ando medianamente peleada con Dios, pero considero que es el sentimiento que genera la incertidumbre y sobre todo, la impotencia. Ante la muerte, somos esclavos de otros deseos y ese es el cuento final.

Me acuerdo que los doctores decían, luego de una quimioterapia de rescate, que en vez de curarla, ayudó a matarla, que no entendían por qué los químicos habían reaccionado de esa manera. ¿Qué hace uno cuándo dicen eso? Nosotros tuvimos que esperar a que despertara, luego de casi de una semana inconciente. Ofe nos contó que había visto, en ese letargo, a Dios y al diablo.

Agradeció haber vuelto de ese estado, dijo que ahora disfrutaría más la vida. Era tarde. Dos meses después no nos volvería a ver, ni la volveríamos a oir. Murió el 21 de agosto de 2009, a las 10:30 pm, era viernes. Era ella, mi tía, la que me crió como a una hija y en la que siempre vi a una madre.Yo todavía no puedo comprender que la que iba en esa caja de menos de 30 centímetros era ella.

Seguramente han perdido a alguien y me entienden. Seguramente a muchos los tomó por sorpresa aquella muerte, a nosotros, la enfermedad nos trató de preparar durante casi dos años. Yo la ayudaba a vestirse y siempre le dije que estaba hermosa, porque ella ya no quería ni verse al espejo.

Escribí las palabras, no fui capaz de leerlas en la misa. Mucha de su ropa me la dieron a mí, todavía no soy capaz de ponérmela. Su cama está ahí, justo al frente de mi cuarto, vivió conmigo casi un año y todavía en las noches miro curiosa para ver si aparece. Yo le hablo y le cuento cosas. Y le lloro y la recuerdo. Sueño mucho con ella y siempre la sueño bien y sana, siempre me dice que ya se cansó de estar donde estaba y que ahora sí quiere manejar, porque antes le daba miedo.

Yo todavía me acuerdo de lo que escribía antes de que se fuera, hoy vuelvo a escribir, sobre todo, porque a ella le encantaba leerme.

... Hoy eres mariposa, un girasol, un soplo, una vida . ...


Natalia Riveros Anzola.


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